LA HIJA DE LA AMANTE
Recuerdo con qué insistencia me
dijeron que entrara en la sala y me sentase, y lo amenazadora que me pareció de
pronto la habitación oscura, y que me quedé en la puerta de la cocina con un donut
de mermelada en la mano, y que nunca como donuts de mermelada. Recuerdo que no
sabía; que primero pensé que había ocurrido algo muy malo y que supuse que era
una muerte: alguien había muerto.
Y después recuerdo que sabía.
Navidad de 1992, voy a mi casa de
Washington a visitar a mi familia. La noche en que llego, justo después de la cena,
mi madre dice:
-Vamos a la sala y siéntate.
Tenemos algo que decirte.
Su tono me pone nerviosa. Mis
padres no son ceremoniosos; nadie se sienta en la sala. Estoy de pie en la
cocina. El perro me mira desde el suelo.
-Vamos a la sala y siéntate -dice
mi madre.
-¿Por qué?
-Hay algo de lo que tenemos que
hablar.
-¿Qué?
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