De Plegarias atendidas de Truman Capote, p. 147-148
Lady lna hizo esta observación:
-Como ves, estas chicas han
movido líos gordos en su época. Conozco a gente que no puede soportar a ninguna
de las dos, y por lo general son mujeres. Lo comprendo muy bien, ya que no les
gustan las mujeres y casi nunca tienen nada bueno que contar acerca de ninguna
mujer. Pero con los hombres son perfectas, un par de gheisas del oeste. Saben
cómo guardar los secretos de un hombre y cómo hacer que se sienta importante.
Si fuera un hombre, hasta yo misma me enamoraría de Lee. Está hecha
maravillosamente, como una estatuilla de Tanagra. En femenina sin ser afeminada
y es una de las pocas personas que he conocido que es sincera y simpática. Normalmente
una cosa excluye la otra. Jackie no, al menos no en el mismo plano. Es muy
fotogénica, por supuesto, pero el efecto resulta un poco ... basto, exagerado.
Me vino a la mente una tarde que
fui con Kate McCloud y un grupo de amigos a un concurso de travestís que se
celebraba en un salón de baile de Harlem: había cientos de mariquitas jóvenes
luciendo las bandas, al graznido gangoso de los saxofones, con vestidos cosidos
a mano: dependientes de supermercados de Brooklyn, mensajeros de Wall Street,
fregaplatos negros y camareros puertorriqueños sueltos entre seda y dibujos de
fantasía, chicos de conjunto y cajeros de bancos, ascensoristas irlandeses disfrazados
de Marilyn Monroe, de Audrey Hepburn, de Jackie Kennedy. La verdad es que Mrs Kennedy
era el motivo de inspiración con más éxito: una docena de chicos, entre ellos
el ganador, llevaba su peinado empinado, las cejas aladas y su boca mohína
pintada de un color pálido. Y en la vida real ése era el efecto que esa señora me
producía. No el de una auténtica mujer, sino el de una astuta imitadora de
mujeres imitando a Mrs. Kennedy.
Le expliqué a Ina lo que pensaba
y dijo:
-Eso es lo que yo quería decir
con ... exagerado. –Acto seguido añadió-: ¿Has llegado a conocer a Rosita
Winston Una mujer muy agradable. Mitad cherokee, creo. Hace uno años tuvo una
apoplejía, y ahora no puede hablar. O, mejor dicho, sólo puede decir una
palabra. Es algo que sucede muy menudo después de una apoplejía, de entre todas
las palabra que uno ha sabido, te quedas con una única palabra. La palabra de
Rosita es “bello”. Una palabra muy apropiada, y que a Rosita le han encantado
siempre las cosas bellas. Y es me recordó al viejo Joe Kennedy. También él se
quedó con una única palabra, y esa palabra era: “Maldita sea.”
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