CABALLEROS en mulas y a su buen
paso de andadura iban dos hombres por aquel camino viejo que, atravesando el
monte, remataba en Viana del Prior. A tiempo de anochecer entraban en la villa
espoleando. Las mujerucas que salían del rosario, viéndolos cruzar el
cementerio con tal prisa, los atisbaron curiosas, sin poder reconocerlos por ir
encapuchados los jinetes con las corazas de juncos que usa la gente vaquera en
el tiempo de lluvias por toda aquella tierra antigua. Pasaron los jinetes con
hueco estrépito sobre las sepulturas del atrio, y las mujerucas quedáronse murmurando
apretujadas bajo el porche, ya negro a pesar del farol que alumbraba el nicho
de un santo de piedra. Voces de viejas murmuraban bajo el misterio de los
manteos:
-¡Son las caballerías del
palacio!
-Esperaban hace días al señor mi
Marqués. Viene para levantar una guerra por el Rey Don Carlos.
-¡Y el sacristán de las monjas
espareció!
-Bajo el Crucero de la Barca
dicen que hay soterrados cientos de fusiles.
-El sacristán no se fue solo, que
con él se partieron cuatro mozos de la aldea de Bealo. A todos los andan
persiguiendo.
-No quedará quien labre las
tierras. Aquellos mozos que no van a la guerra por la su fe, luego se van por
la fuerza a servir en los batallones del otro rey.
-¡Nunca tal se vio corno agora!
¡Dos reyes en las Españas!
-¡Como en tiempo de moros!
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