De Sumisión de Michel Houellebecq, p.90
Cuando ella se dejó caer en el
sofá, dirigiendo una mirada hostil al tabulé, pensé en la vida de Annelise y en
la de todas las mujeres occidentales. Por la mañana seguramente se hacía un
brushing y luego se vestía con cuidado, conforme a su estatus profesional, y creo
que en su caso era más elegante que atractiva, en fin, era una dosificación
compleja, debía de dedicarle a ello bastante tiempo antes de llevar a los niños
a la guardería, el día transcurría entre correos electrónicos, teléfono y citas
diversas y luego volvía a casa hacia las nueve de la noche, agotada (era Bruno
quien iba a recoger a los críos por la tarde, quien les preparaba la cena,
tenía horario de funcionario), se desplomaba, se ponía una sudadera y unos
pantalones de chándal, y así se presentaba ante su amo y señor y él tenía que
tener, necesariamente debía de tener, la sensación de que le habían jodido, y
ella misma tenía la sensación de que la habían jodido, y que eso no iba a
arreglarse con los años, los hijos crecerían y las responsabilidades
profesionales aumentarían automáticamente, sin tener ni siquiera en cuenta el
decaimiento de las carnes.
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