Más o menos un año después de que
hubieran alquilado la granja en Whitefeather
Road cuya pared lateral tenía un revestimiento de aluminio marrón mal ajustado,
Saul empezó a mirar ferozmente la oscuridad inmisericorde que presionaba el
cristal de la ventana, como si le enojara la llana tierra de labor sin cultivar
por ser tal cosa en vez de vidrio y cemento.
-Ningún judío en sus cabales
vivió jamás junto a un camino de tierra -comentó.
Patsy replicó que pensara en
Polonia, Rusia y el siglo XIX. Entonces ella señaló el tablero de Scrabble y le
dijo que jugara. Para mortificarla, él compuso el término «axioma» en una
casilla que permitía formar tres palabras, y ganó cuarenta y dos puntos.
-Eso era muy diferente -replicó
Saul, sacudiendo la cabeza-. Totalmente distinto. En aquellos tiempos todo el
mundo, excepto los terratenientes, vivían junto a caminos de tierra. El siglo XIX fue una democracia de caminos de tierra.
Patsy asía una botella de
refresco con una mano y disponía las letras en su tablilla con la otra. Tenía
las piernas cruzadas en la silla, la botella colocada contra el arco del pie
derecho. Alzó la vista y le sonrió. Saul no pudo evitarlo y le devolvió la
sonrisa. Era tan hermosa que le impulsaba a imitar sus gestos sin que él se lo
hubiera propuesto.
-Nosotros tampoco somos
terratenientes -dijo ella-. Somos arrendatarios. Ah, me olvidaba de decírtelo.
Esta tarde he tenido que bajar al sótano, en busca de un destornillador, y he
visto que hay un ratón en la ratonera.
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