De La invención de la soledad de Paul Auster, p. 85
De la casa: un reloj, unos pocos jerséis, una chaqueta, un
despertador, seis raquetas de tenis y un viejo Buick que apenas si funciona. Un
juego de platos, una mesa de café y tres o cuatro lámparas. Una estatuilla de
bar de ]ohnnie Walker para Daniel. El álbum de fotografías en blanco, LOS
AUSTER. ÉSTA ES NUESTRA VIDA.
Al principio pensé que sería un alivio aferrarme a estas
cosas, que me recordarían a mi padre y me harían pensar en él durante el resto
de mi vida. Pero por lo visto los objetos no son más que objetos. Ahora me he
acostumbrado a verlos y he comenzado a pensar en ellos como si fueran míos.
Miro la hora en su reloj, uso sus jerséis, conduzco su coche; pero todo ello no
me brinda más que una falsa ilusión de intimidad, pues ya me he apropiado de
todas estas cosas. Mi padre ya no está presente en ellas, ha vuelto a
convertirse en un ser invisible. Y tarde o temprano las cosas se romperán o
dejarán de funcionar y tendremos que tirarlas a la basura. Dudo de que eso
tenga la más mínima importancia.
« ... aquí se afirma que sólo aquel que trabaja consigue el
pan, sólo aquel que está angustiado encuentra descanso, sólo aquel que
desciende a los infiernos rescata a sus seres queridos y sólo aquel que empuña
su cuchillo halla a Isaac ... Aquel que no trabaje debe hacer caso a los
escritos sobre las vírgenes de Israel, pues dará a luz al viento, pero aquel
que desee trabajar da vida a su propio padre» (Kierkegaard).
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