De Plegarias atendidas de Truman Capote, p. 150-151
-No es lo que piensas. El tío
Willie podría haber sacado de esa historia algo divino. Igual que Henry James,
mejor aún que el tío Willie, ya que el tío Willie habría hecho trampas y, por
vender la novela al cine, habría convertido en amantes a Delphine y a Bobby.
Delphine Austin de Detroit: algo
había leído sobre ella en las columnas de un periódico, una heredera casada con
un pilar marmóreo del mundo de los casinos neoyorkinos. Bobby, su compañero,
era judío, hijo del potentado de la hostelería S.L.L. Semenenko, y primer
marido de una joven y misteriosa monada del cine, que se divorció de él para
casarse con su padre (y de la cual se divorció el padre al cogerla in fraganti
con un perro ... pastor alemán. Y no bromeo).
Según Lady lna, el año anterior,
Delphine Austin y Bobby Semenenko habían sido inseparables. Almorzaban todos
los días en La Cote Basque, en Lutece y en L'Aiglon, en invierno iban a Gstaad
y a Lyford Cay. Esquiaban, nadaban, bien vivían con todas sus energías, si
tenernos en cuenta que el vínculo que les unía no eran las frivolidades sino,
en realidad, una base ideal para una variación a tres pañuelos, con doble
apellido y cartel doble de una vieja película lacrimógena de Bette Davis como
Amarga victoria: los dos estaban muriendo de leucemia.
-Me explico, una mujer mundana y
un joven guapo que viajan juntos con la muerte por compañera y amante
compartido.
¿No crees que Henry James habría
sacado algo de ahí? o el tío Willie?
-No, es una historia demasiado
ñoña para James, y no lo bastante ñoña para Maugham.
-Bueno, pero tienes que reconocer
que Mrs. Hopkins habría sacado un cuento magnífico.
- ¿Quién? -dije yo.
-Ahi la tienes -dijo Ina
Coolbirth.
La tal Mrs. Hopkins era una
pelirroja vestida de negro, un sombrero negro con velo, un vestido negro de
Mainbocher, bolso de cocodrilo negro, zapatos de cocodrilo. M. Soulé aguzaba el
oído mientras ella le cuchicheaba algo, y de repente todo el mundo se puso a
cuchichear. Mrs. Kennedy y su hermana no habían logrado levantar ni un solo murmullo.
Tampoco la aparición en escena de Lauren Bacall, Katherine Cornell y Ciare
Boothe Luce. Sin embargo, Mrs. Hopkins era une autre chose: una sensación que
perturbaba a la clientela más fina de La Cote Basque. No hubo nada subrepticio
en la atención que se le prestó a Mrs. Hopkins cuando se dirigía con la cabeza
inclinada hacia una mesa donde ya le estaba esperando un acompañante, un cura católico,
uno de esos eclesiásticos del Padre D' Arcy, malnutridos y eruditos, que
parecen siempre encontrarse más a gusto cuando se ausentan de los claustros y
alternan con los más importantes y los más ricos en una estratosfera de vino y
rosas.
-Sólo -dijo Lady Ina- a Ann
Hopkins se le ocurriría algo semejante; hacer propaganda de la búsqueda de
«consejo» espiritual de la forma más pública posible. La que ha sido lagarta,
es siempre lagarta.
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