Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

MEMORIA HISTORICA


Babel contra Babel, RS Ferlosio, p. 30
Por todo esto es por lo que, ante las noticias de un proyecto de autoamnistía, tiene uno la impresión de que los militares de la Junta argentina no han llegado a entender todo el alcance de lo que han perpetrado contra su país, no han comprendido aún la enormidad de la profanación que, por el punto vital en que el hachazo se ha ensañado, constituye la acción para la que hoy pretenden arrogarse la merced del olvido. No advierten que lo actuado rebasa cualquier limite de cuanto pueda ser cuestión de venganza o de justicia, de expiación, de arrepentimiento o de perdón. Nada en el mundo cubrirá la herida de unas muertes que no han sido marcadas y refrendadas como muertes, que no han sido sensiblemente acreditadas para la conciencia de los que sobreviven, que no tienen siquiera fecha ni lugar. La muerte argentina -la desaparición- no ha producido muertos, sino sombras --sombras perpetuas en medio de la vida, y no imágenes nítidas en la memoria-, porque no ha permitido señalar y proteger debidamente el limite, dejando tan sólo niebla e incertidumbre (y no me refiero aquí a la incertidumbre en el sentido fisico de si habrán muerto o no) entre los que se fueron y los que se han quedado. Y si no está bien claro y protegido el limite, el Allá permanece en el Acá, y, por reflejo, el Acá se adentra a su vez en el Allá; así, la muerte argentina no ha producido muertos y dejado vivos, sino que de los que no han vuelto a ser vistos ha hecho medio-vivos, y, por reflejo, de los que no han vuelto a verlos ha hecho me dio-muertos. Ha dejado la vida y la muerte entrecruzadas, confundidos los vivos con los muertos. Y por mucho que se pudiese averiguar, por mucho que se exhumase y comprobase, el limite no puede ya ser reconstruido. El rito tiene su forma y su ocasión, y cuantos datos hoy, tan a deshora, pudiesen aportarse no serían ya más que huecas abstracciones totalmente inservibles para aquello que solamente el rito podría haber ofrecido:la comprensión y convicción cordial de la muerte de sus muertos en la conciencia de los que sobreviven.
Tal es el irreparable golpe descargado en el alna del país, y con el que la Junta Militar ha perpetrado el extremo imaginable de inhumanidad y de barbarie; una barbarie que habrá que estimar tanto más profunda, desde el punto de vista subjetivo de los propios fautores, por cuanto no aparentan siquiera adivinar su peso. Porque la maldición que probablemente nunca hayan proferido de una manera explícita y consciente los miembros de la Junta, pero que sí han cumplido de hecho por su mano contra decenas de millares de argentinos -y me refiero a los que sobreviven, a las madres y familiares de los muertos-,no es ni más ni menos que ésta: «¡Que te maten a aquellos que más quieres y no sepas ni cómo, ni dónde, ni cuándo, ni puedas despedirlos ni enterrarlos!».

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