ÁNTRAX
UNA MAÑANA DE INVIERNO, HARÁ UNOS
TRES AÑOS, recibí una llamada del director de una conocida revista cultural. “Señor
Cartarescu”, dijo una voz ceremoniosa, de esas que solo la gente de avanzada
edad, la que ha vivido una temporadita en el periodo de entre guerras, posee:
«hemos recibido una carta de Dinamarca dirigida a usted. Puede pasarse a
recogerla a nuestras oficinas, a la calle Brezoianw”. Estaba solo en casa y
sentía que me rondaba el desasosiego. Me sucede siempre que la luz sucia y
deprimente de los inviernos de Bucarest cae sobre la mesa de mi escritorio. Me
vestí y salí a la humedad exterior.
Cogí el trolebús en
Kogiílniceanu, una sola parada, así que no me dio tiempo a preguntarme en serio
quién demonios podría enviarme una carta desde Dinamarca. Aparte de Hamlet, no
conocía a ningún otro danés.
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