Entre paréntesis, Roberto Bolaño, p. 56
En cualquier caso, lo cierto es
que el escritor trabaja esté donde esté, incluso cuando duerme, algo que no
ocurre con los otros oficios. Los actores, se puede aducir, siempre trabajan,
pero no es lo mismo: el escritor escribe y tiene conciencia de escribir,
mientras que el actor, en una situación límite, sólo aúlla. Los policías
siempre son policías, pero tampoco es lo mismo, una cosa es ser y otra cosa es trabajar.
El escritor es y trabaja en cualquier situación. El policía sólo es. Lo mismo
se puede aplicar al asesino profesional, al militar, al banquero. Las putas,
tal vez, sean las que más se acercan al oficio de la literatura.
Arquíloco, poeta griego del siglo
VII antes de Cristo, es ejemplar en este caso. Nacido en la isla de Paros, fue
mercenario y según la leyenda murió en combate. Podemos imaginarnos su vida
vagabunda por diferentes ciudades de Grecia.
En uno de sus fragmentos,
Arquíloco no tiene el menor empacho en decirnos que, en un momento de una
batalla, probablemente una escaramuza, abandona sus armas y echa a correr, para
los griegos sin ninguna duda el mayor signo de la vergüenza, no digamos ya para
un soldado que se tiene que ganar el pan con su valor en la lucha. Arquíloco,
en versión de Juan Ferraté, dice: Un tracia es quien lleva, ufano, mi escudo:
lo eché, sin querer, junto a un arbusto, al buen arnés sin reproche, pero yo me
salvé. ¿Qué me importa, a mí, aquel escudo? ¡Bah! Lo vuelvo a comprar que no
sea peor.
Y sobre Arquíloco dice Carlos García
Gual : hubo de emigrar de su isla para ganarse la vida, como soldado de
fortuna, con su lanza. Conoció la guerra como un menester penoso, no como el lugar
de las hazañas heroicas. Cuenta en unos versos que hicieron famoso su cinismo
cómo escapó de un combate tras arrojar el escudo. Es significativa su
desenvoltura al confesar tan bochornoso acto. (El escudo es, en la táctica
hoplítica, el arma que protege el flanco del compañero inmediato, el emblema
del coraje del guerrero, que nunca debe perderse. “Volved con el escudo o sobre
el escudo”, se decía en Esparta.) Al poeta, pragmático, le interesaba salvaguardar
su vida, no el código del honor ni el renombre.
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