Qwertyuiop, Ferlosio, p. 454
Pero esta dramática situación de
las cajas vacías que hay que llenar ya la conocíamos en varias cosas de origen,
en principio, bastante más inocente. Pongamos, por ejemplo, el compromiso
diario de un periódico que cada día, ocurra lo que ocurra, está obligado a
llenar dieciséis, treinta y dos, sesenta y cuatro o mayor número de páginas,
siempre que sea un múltiplo de dieciséis o, en el mejor de los casos, por lo
menos de ocho. Ya conocemos los argumentos de los periodistas sobre la gran elasticidad
tipográfica de un periódico y sobre la aún mayor libertad de juego que le
permite la inclusión de la publicidad. Pero, con todo, nos queda siempre la
convicción de que un periódico verdaderamente transitivo, realmente determinado
por su objeto, por las cosas de las que pretende ser función, o sea, las noticias,
tendría que tener un día once páginas y cinco octavos de página, otro treinta y
una páginas y un tercio, y, en fin, un día excepcionalmente feliz, aparecer en
los quioscos y ser puesto a la venta bajo el mismo título y con el mismo
precio, con todas sus páginas en blanco y sólo este mensaje en la portada: «PAS
DE NOUVELLES, BONNES NOUVELLES!». Un mensaje, por cierto, que también
notificaría, de modo implicito, el renacimiento de la transitividad.
En fin, como ejemplo de inmensa
caja vacía, tan inmensa como del orden de los cientos de miles de millones de
pesetas, si es que no pasa incluso del billón, es la reciente Exposición
Universal de Sevilla en su autoproclamado aspecto cultural. Pabellones,
auditorios, sofisticadísimos sistemas de proyección “audiovisual» se programaron
y se proyectaron con entera independencia y con indiferente e incalculada anticipación
respecto de cualesquiera «contenidos culturales” capaces de justificarlos.
Morada a priori su capacidad total en número de espectadores y establecido a
priori el número de días que el festejo tendría que durar, fueron fiados en
cincuenta millos “actos culturales» que había que organizar. Dejando al margen la
cuestión de que la noción misma de «acto cultural» es, culturalmente, bastante repelente
y casi lleva en sus entrañas el germen del relleno y, por lo tanto, el
correlato de un vacío preexistente --de una caja vacía- que estaría destinado a
rellenar, aparte de esto, digo, jamás hubo en el mundo, que yo sepa, cincuenta
mil actos culturales ya prefigurados que se hallasen en urgente demanda de una
sala-auditorio que les diese cabida y cumplimiento. Y así fue necesario
inventárselos ad hoc y con arreglo a las gigantescas proporciones
espacio-temporales de la caja vacía que era preciso rellenar.
Ahora, por colofón, terminado el
festejo y vacante la gran caja sevillana, surge la necesidad de seguir
justificando las «infraestructuras» no perecederas, y las autoridades vuelven a
devanarse la cabeza con el posible destino que en adelante se les podría dar.
En efecto, el anteproyecto denominado “Cartuja noventa y tres» no es sino la
segunda parte del imponente efecto de succión que el horror vacui de la gran caja
vacía sevillana vuelve a ejercer sobre las imaginaciones oficiales. ¡Hay que
llenarla nuevamente sea como sea, con cualquier cosa que sea y a costa del
despilfarro que haga falta!