Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

EXPO 92


Qwertyuiop, Ferlosio, p. 454
Pero esta dramática situación de las cajas vacías que hay que llenar ya la conocíamos en varias cosas de origen, en principio, bastante más inocente. Pongamos, por ejemplo, el compromiso diario de un periódico que cada día, ocurra lo que ocurra, está obligado a llenar dieciséis, treinta y dos, sesenta y cuatro o mayor número de páginas, siempre que sea un múltiplo de dieciséis o, en el mejor de los casos, por lo menos de ocho. Ya conocemos los argumentos de los periodistas sobre la gran elasticidad tipográfica de un periódico y sobre la aún mayor libertad de juego que le permite la inclusión de la publicidad. Pero, con todo, nos queda siempre la convicción de que un periódico verdaderamente transitivo, realmente determinado por su objeto, por las cosas de las que pretende ser función, o sea, las noticias, tendría que tener un día once páginas y cinco octavos de página, otro treinta y una páginas y un tercio, y, en fin, un día excepcionalmente feliz, aparecer en los quioscos y ser puesto a la venta bajo el mismo título y con el mismo precio, con todas sus páginas en blanco y sólo este mensaje en la portada: «PAS DE NOUVELLES, BONNES NOUVELLES!». Un mensaje, por cierto, que también notificaría, de modo implicito, el renacimiento de la transitividad.
En fin, como ejemplo de inmensa caja vacía, tan inmensa como del orden de los cientos de miles de millones de pesetas, si es que no pasa incluso del billón, es la reciente Exposición Universal de Sevilla en su autoproclamado aspecto cultural. Pabellones, auditorios, sofisticadísimos sistemas de proyección “audiovisual» se programaron y se proyectaron con entera independencia y con indiferente e incalculada anticipación respecto de cualesquiera «contenidos culturales” capaces de justificarlos. Morada a priori su capacidad total en número de espectadores y establecido a priori el número de días que el festejo tendría que durar, fueron fiados en cincuenta millos “actos culturales» que había que organizar. Dejando al margen la cuestión de que la noción misma de «acto cultural» es, culturalmente, bastante repelente y casi lleva en sus entrañas el germen del relleno y, por lo tanto, el correlato de un vacío preexistente --de una caja vacía- que estaría destinado a rellenar, aparte de esto, digo, jamás hubo en el mundo, que yo sepa, cincuenta mil actos culturales ya prefigurados que se hallasen en urgente demanda de una sala-auditorio que les diese cabida y cumplimiento. Y así fue necesario inventárselos ad hoc y con arreglo a las gigantescas proporciones espacio-temporales de la caja vacía que era preciso rellenar.
Ahora, por colofón, terminado el festejo y vacante la gran caja sevillana, surge la necesidad de seguir justificando las «infraestructuras» no perecederas, y las autoridades vuelven a devanarse la cabeza con el posible destino que en adelante se les podría dar. En efecto, el anteproyecto denominado “Cartuja noventa y tres» no es sino la segunda parte del imponente efecto de succión que el horror vacui de la gran caja vacía sevillana vuelve a ejercer sobre las imaginaciones oficiales. ¡Hay que llenarla nuevamente sea como sea, con cualquier cosa que sea y a costa del despilfarro que haga falta!

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