Qwertyuiop, Ferlosio, p. 534
El remordimiento, en que la culpa
sigue pesando para siempre sin encontrar absolución, responde propiamente a la
moral, tal como se podría ilustrar ejemplarmente con el mito de Caín: Dios puso
una señal sobre Caín para que nadie lo matara; la impunidad de Caín expresa la
impunibilidad o inexpiabilidad de la culpa en cuanto obra, que es lo que está
en correspondencia con la naturaleza del
remordimiento. Con la impunidad de Caín, Dios establece el homicidio como acto
moral puro. Caín le dice a Yahvé que teme que lo maten en la proscripción. “Mo
será así”, le dice Yahvé, y pone una amenaza siete veces mayor contra quien lo
mate y una señal sobre él para que ni siquiera por error lo maten: será
perpetuo portador de la culpa y la señal sobre él irá anunciando su proximidad,
como la campanilla de un leproso advierte a las gentes para que se aparten. Lo
hace sacro -execrable, sacré-- y por tanto intocable, defendiéndolo con una
amenaza siete veces mayor y con una señal de prohibición: nadie ose matar a
aquel a quien Dios ha hecho perpetuo portador de la culpa. Caín, que vaga “huido
y errante” por la Tierra, sin hallar nunca nadie que lo mate, es como la
encarnación objetiva del remordimiento y la culpa moral.
Lo expiable, lo conmutable, lo
resarcible supone el intercambio y pertenece, por tanto, a lo profano. Dios
quiere que la vida de Abel sea sagrada, que su sangre sea irrestañable y su
muerte irreparable, inconmutable con la sangre de su matador. En tanto que
fungible, conmensurable, expiable, el acto jurídico es deuda; en tanto que
infungible, inexpiable, impunible, el acto moral es culpa. Irreparable como el
agravio infligido. La amenaza desmesurada –“Caín será vengado siete veces”-expresa
con esa desmesura la inconmensurabilidad del acto moral frente a la
conmensurabilidad del acto ante el derecho.
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