Qwertyuiop, Ferlosio, p. 515
Ya la Ilíada, a través del pasaje
en el que Héctor, recriminando a Paris por su cobardía, lo llama
despectivamente “el más guapo de todos, mujeriego, seductor”, nos muestra no
sólo que los helenos no dejaban de percibir la otra belleza -la de París, o sea
la del cuerpo del ocio y el amor-, sino también que la perfección del cuerpo instrumental
formaba parte de una ética. Y si la «ascética» del gimnasta respondía a la idea
de que el que ha de lograr la victoria tiene que acendrarse infligiéndose a sí mismo,
y aguantándolo, todo lo que podría infligirle un supuesto vencedor, podemos concluir
que esa ética remite a la “ética de la dominación”. En «La libertad del hombre
virtuoso», Filón emplea muchas veces la comparación con el atleta o luchador, en
cuya capacidad para la automortificación y para el dominio de sí mismo en el
aguante del esfuerzo y del dolor quiere ilustrar lo que para él sería propio de
todas las virtudes; y en «La creación del mundo” recoge la expresión estoica “to
hegemonikón” ('lo que manda', 'lo que domina'), para caracterizar "el lógos»,
la parte racional del alma. De modo que “da razón” es (y yo sospecho que sólo
eso hubo de ser originariamente) la unidad de mando, el capitán que tiene que
doblegar y someter a latigazos a toda la despreciable chusma amotinada de las pasiones
del alma y los apetitos de la carne, hasta ponerlos al servicio de sus fines. «Racional»
sería aquello que alcanza sus designios. Y para el cristiano la racionalidad del
sufrimiento, de la automortificación y del dominio de sí mismo en la represión
de las pasiones y los apetitos, “desordenados” por definición, se referirá al
designio de la salvación. A través de esta recuperación helénica el
cristianismo convertirá en virtudes aquellas capacidades funcionales del cuerpo
instrumental que tenían su fundamento en una ética de la dominación. Nada de
extraño, así pues, en que Clemente Romano diese el paso, algo más que
simbólico, de poner a las legiones imperiales por modelo de disciplina a imitar
por los cristianos; coronando de este modo la violentada hibridación
alejandrina entre filosofía y religión, ya todo se veía volver y reintegrarse y
perpetuarse a mayor gloria de la dominación. Cuando, inflamado en la fe de
Cristo resucitado, exclamaba «¿Dónde está, muerte, tu victoria?, ¿dónde está,
muerte, tu aguijón”, ¿quién iba a decide a Pablo cómo todo, y en gran parte por
su culpa, sería devuelto en medida doblada al príncipe de este mundo y a la
dominación hasta el extremo de que una de las más veraces y admirables obras
del arte cristiano sería un cuadro titulado El triunfo de la muerte?
No hay comentarios:
Publicar un comentario