Qwertyuiop, Sánchez Ferlosio, p. 223
En su visita a Santiago de Chile,
en tiempos, todavía, de Pinochet cuenta Ariel Dorfinan--, también hizo una gran
convocatoria para un auditorio específico; esta vez fueron los jóvenes y
adolescentes. En un momento de la alocución, el papa, elevando el nivel de
decibelios, les hizo tres preguntas. La primera: “¿Renunciáis a los demonios de
la avaricia?”, era perfectamente vana, porque él tenía que saber sobradamente
que aquellos jóvenes y adolescentes estaban todavía tan alejados, por la edad,
de la tentación y aun de la mera posibilidad de enriquecerse, que la avaricia
les era cosa totalmente ajena e indiferente. Algo más clamoroso fue el “sí” a
la segunda pregunta: «¿Renunciáis a los demonios de la violencia?”, porque con
ser, respecto de ellos, casi igualmente ociosa y prescindible, tenía un sentido
más cercano y más pregnante. Pero Juan Pablo II, anticipando esas dos preguntas
tan gratuitas, sin interés para él ni para el auditorio, por la obligada y
previsible obviedad de la respuesta, se había estado preparando, mediante la secuencia de dos “síes”
garantizados, una especie de pendiente o tobogán que hiciese precipitar, como
un automatismo, el que realmente le importaba: «¿Renunciáis a los demonios del
sexo?”, preguntó, pero he aquí que de pronto la escopeta le hizo chapi;
sorprendentemente, los muchachos tuvieron la rapidez de reflejos suficiente
para no dejarse coger desprevenidos por la innoble trampa que les había tendido
el papa, y en lugar del tercer “SÍ”, que venía ya rondando cuesta abajo
acelerado por la inercia de los dos primeros, contestaron, “sin la menor
vacilación”, dice Ariel Dorfinan, “Nooo!”. Esto fue en abril de 1987, en el Estadio
Nacional de Santiago, donde había juntado un auditorio de cien mil muchachos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario