Sensini
La forma en que se desarrolló mi
amistad con Sensini sin duda se sale de lo corriente. En aquella época yo tenía
veintitantos años y era más pobre que una rata. Vivía en las afueras de Girona,
en una casa en ruinas que me habían dejado mi hermana y mi cuñado tras marcharse
a México y acababa de perder un trabajo de vigilante nocturno en un camping de
Barcelona, el cual había acentuado mi disposición a no dormir durante las
noches. Casi no tenía amigos y lo único que hacía era escribir y dar largos
paseos que comenzaban a las siete de la tarde, tras despertar, momento en el
cual mi cuerpo experimentaba algo semejante al jet-lag, una sensación de estar
y no estar, de distancia con respecto a lo que me rodeaba, de indefinida fragilidad.
Vivía con lo que había ahorrado durante el verano y aunque apenas gastaba mis
ahorros iban menguando al paso del otoño. Tal vez eso fue lo que me impulsó a
participar en el Concurso Nacional de Literatura de Alcoy, abierto a escritores
de lengua castellana, cualquiera que fuera su nacionalidad y lugar de
residencia. El premio estaba dividido en tres modalidades: poesía, cuento y
ensayo. Primero pensé en presentarme en poesía, pero enviar a luchar con los
leones (o con las hienas) aquello que era lo que mejor hacía me pareció
indecoroso. Después pensé en presentarme en ensayo, pero cuando me enviaron las
bases descubrí que éste debía versar sobre Alcoy, sus alrededores, su historia,
sus hombres ilustres, su proyección en el futuro y eso me excedía. Decidí,
pues, presentarme en cuento y envié por triplicado el mejor que tenía (no tenía
muchos) y me senté a esperar. Cuando el premio se falló trabajaba de vendedor
ambulante en una feria de artesanía en donde absolutamente nadie vendía
artesanía
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