Feliz final, Isaac Rosa, p. 131
: ojo con la seducción, que es el
verdadero peligro de las pantallas; la seducción es la marca de nuestro tiempo,
el deporte favorito, seducimos a todas horas, yo mismo os estoy seduciendo ahora
mismo con mí discurso, pero esa seducción deportiva se vuelve inevitable e
irresistible cuando hay una pantalla por medio, todos acabamos seduciendo y
siendo seducidos; reconoced/o, en cuanto empezáis a intercambiar mensajes con
alguien, no tardáis en arrancar un juego de seducción; podríamos hasta formular
una ley científica: toda conversación en redes sociales o mensajes de móvil
entre dos personas mínimamente susceptibles de sentir atracción mutua, y que se
prolongue en el tiempo, deriva inevitablemente en juego de seducción; es la plaga
de nuestro tiempo, la mayoría de las relaciones amorosas empiezan con un
intercambio de mensajes pero también terminan por otro intercambio de mensajes,
al ser descubierto, por la boca muere el pez. Seguiste pontificando sobre cómo
hoy todos necesitamos tasar y revalorizar nuestro capital erótico, los
circuitos cerebrales de recompensa que se activan al seducir, la matraca de la
dopamina, se notaba que tenías todo muy pensado, no recuerdo si habías incluso
publicado algún artículo o estarías pensando en otro posible libro por
escribir: un hueco editorial, un nicho de mercado, miles de seducidos y
seductores digitales corriendo a comprarlo, yo hice la EGB, a mí me sedujeron
en un chat, etcétera. Y remataste señalándome a mí, que estaba al margen de la
conversación, teléfono en mano: ahí tenéis a mi mujer, Ángela, lleva toda la
tarde con el móvil, ¿quién te está seduciendo, querida? Todos reímos, yo
también, pero ya habrás adivinado con quién intercambiaba mensajes en ese
momento. Mateo y yo aún estábamos en los primeros peldaños, en pleno juego de
seducción, sí, intercambiando bromas, recuerdos, confidencias, planes,
canciones favoritas y hasta ese léxico propio que toda pareja construye. Aunque
yo rebajaba y hasta descreía cuanto me decía Mateo, pues sabía que era parte de
su estrategia seductora, me alcanzaba de lleno, cada mensaje caía ruidoso en el
pozo seco de mi autoestima: que yo era una mujer fascinante. Deliciosa.
Luminosa. Que estaba haciendo un gran trabajo en el proyecto de Historias de
Vida. Que mis hijas eran afortunadas por tener una madre como yo. Que merecía
alguien que me valorase. Y por supuesto, que parecía más joven de mis cuarenta,
que estaba más bonita ahora que años
antes. Que poseía una sonrisa desarman te, que ya sé, es una expresión
trillada, tú dirías que mala literatura, sonrisa desarmante, pero yo también
necesitaba mala literatura. Nos estábamos seduciendo, sí, con cada vez menos
prudencia aunque aún no sabíamos adónde llegaría tanta palabra disparada. Te
concedo la validez de tu teoría: lo que en principio era solo una conversación
entre dos conocidos que se descubren llenos de coincidencias y padecen la misma
necesidad de ser escuchados fue trepando con tesón de hiedra por esa escalera de
caracol que levanta la seducción.
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