Feliz Final, Isaac Rosa, p. 113
Gestionar mi deseo, esa expresión
te gusta más, ¿verdad? Me acusaste de no haber sabido gestionar mi deseo, eso
me dijiste tras descubrir el engaño: la vida en pareja implica una permanente gestión
del deseo, me dijiste, por supuesto todos deseamos, yo mismo siento deseo por
otras personas pero me concentro en gestionar mi deseo, de eso va la vida en
pareja, Ángela, el compromiso, la lealtad, dos sujetos deseantes que aprenden a
gestionar el deseo. Qué espanto, escúchate. Gestionar el deseo. Como gestionar
tu resentimiento, eso que dijiste antes. Otras veces me acusaste de no ser
capaz de gestionar mis miedos, cuando me aterrorizaba dejar a Ana en el colegio
tiempo después de su hospitalización, o cuando una fiebre persistente me ponía en
guardia y acabábamos otra vez en urgencias: debes gestionar tus miedos, me
decías. Todo debía ser gestionado: el deseo, el resentimiento, el miedo, la
culpa, el dolor, los recuerdos. Gestionar, gestionar, gestionar. Germán debía
aprender a gestionar sus tiempos de estudio. Las niñas tenían que gestionar su
frustración, gestionar sus celos, gestionar sus horas de sueño. Tu madre había
acabado mal por no saber gestionar su dependencia emocional y su miedo a la
soledad. En casa debíamos gestionar horarios, tareas domésticas, menús diarios,
ingresos y gastos. ¿Por qué no escribes un libro de autoayuda? Aprende a
gestionar tu vida en diez pasos. Gestiona tus sentimientos para alcanzar tus
objetivos. Perdona el sarcasmo. Estoy harta de gestionar, qué mierda de
palabra, llevamos años gestionando y mira dónde hemos acabado. Y no, no supe
gestionar mi deseo tras reencontrarme con Mateo. O si prefieres, no quise
gestionar mi deseo. No me importó que se volviese ingestionable. Sé que
cualquier cosa que hoy te cuente sobre cómo me sentía yo antes de encontrar a
Mateo te sonará a coartada tardía: una reelaboración posterior para justificar
el engaño. Yo misma dudo, me pregunto también si la culpa engaña a la memoria,
porque me cuesta recuperar sensaciones de aquel tiempo. Nuestro “antes”, el
invierno donde prevenir incendios, el monte descuidado a falta de una chispa.
Lástima no haber llevado un cuaderno de pena como el tuyo. Tampoco me extraña
que pienses que exagero mi malestar previo para exculparme: tú ignorabas cómo
estaba yo, de la misma forma que yo desconocía cómo estabas tú, cada uno
encerrado en su malestar.
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