Tres enigmas para la Organización, Eduardo Mendoza, p. 245
-Mira, hija -prosigue la señora
Mendieta-, yo ya soy muy mayor y eso te hará pensar que no entiendo las cosas
de los jóvenes porque en mi tiempo todo era distinto y lo que no era distinto
ya lo he olvidado. No te engañes. Las cosas nunca han sido distintas, o el
mundo no estaría lleno de gente. Y he olvidado muchas cosas, pero otras las tengo
presentes como si estuvieran sucediendo en este mismo momento. Así que te voy a
dar un consejo. No me harás caso, por supuesto, pero te lo voy a dar de todos
modos. Es muy sencillo. No te fíes de los hombres. En este terreno, quiero
decir. En otros terrenos los hay buenos, malos y regulares. Pero en éste, todos
van a lo mismo. Primero te hacen creer que sólo quieren acostarse contigo, pero,
en el fondo, lo que quieren es casarse. Y si te dejas embaucar, estás perdida. Porque
los hombres, para un rato, están bien, pero como maridos, son insoportables. Y
o estuve casada un montón de años y en rigor no me puedo quejar: mi Adrià era un
santo varón; nunca me dio disgustos, siempre fue paciente y dadivoso. Ahora, aburrido a más
no poder. Me dirás que en tu caso él es distinto. Por supuesto, todos lo son:
cada uno es un desastre a su manera.
Antes de conocer a mi marido tuve un novio paranoico; luego otro que parecía
normal y resultó que coleccionaba ardillas disecadas.
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