Los úlitmos días de Roger Federer, Geoff Dyer, p. 160
Una cosa es verme desplazado
hacia los márgenes del mercado sexual, pero sentir que he quedado
permanentemente excluido es una perspectiva terrible. Lo único peor es haberte
autoexpulsado de ese mercado con el argumento de que, dado que nadie en su sano
juicio podría sentirse atraído por ti, lo mejor para todos los implicados es
que dejes de tener cualquier contacto sexual con el mundo, cualquier identidad
sexual. Pero incluso si se evita este escenario del peor de los casos, hay
muchos otros escenarios que se deben evitar, algunos de los cuales son incluso
peores. ¿No es mejor optar por la jubilación anticipada que arriesgarse a que
se te aplique el temible epíteto de «asqueroso»? «Asqueroso» es como el tinte
utilizado para evitar que la gente vote dos veces en las elecciones, o para
hacer inservibles los billetes de banco robados. Solo con que te llamen
asqueroso una vez, ya te comportas como un tipo asqueroso. Así que tienes que
vigilarte. Pero aquí está el tema. Un interludio de autorreflexión (¿me porto
como un asqueroso?) es suficiente para arrojar una sombra de asquerosidad sobre
todo lo que haces y dices. Ahí estás por la mañana siendo encantador y
divertido, ni siquiera flirteando, con la atractiva mujer de poco más de treinta
años que despacha en la panadería, y por la tarde eres un asqueroso. ¿Por qué?
Debido a esa ligera vacilación, a ese interrogante - «No me he portado como un
asqueroso, ¿verdad? »- que sentiste de vuelta a casa, mientras agarrabas la baguette
aún caliente. La preocupación por evitar una posible asquerosidad puede
volverte asqueroso. ¿Como sucedió esto? Como todo lo demás, es algo que se
acerca sigilosamente.
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