Tres enigmas para la Organización, Eduardo Mendoza, p. 364
Desde hacía algo más de una
década se había afincado en Palamós un aristócrata inglés, de apellido Jenkins,
hombre de unos cincuenta años de edad, robusta constitución, talante expansivo
y cuantiosa fortuna. Pagando a tocateja y sin regatear un euro había comprado
una casa moderna, de dos plantas, con jardín, piscina y vista al mar en la
urbanización del Club de Golf Can Masclet, algo alejada del núcleo urbano, así
como un amarre en el puerto deportivo de Palamós, donde tenía atracado un
bonito yate de setenta metros de eslora. Nadie entendía la razón de aquellas
dos adquisiciones, porque su propietario no jugaba al golf y apenas salía a
navegar, razón por la cual la embarcación no disponía de tripulación fija: su
dueño la contrataba para cada singladura. En cambio, utilizaba con cierta
frecuencia el yate para dar unas fiestas fastuosas en las que todos los
invitados se emborrachaban y algunos se caían por la borda, siendo de inmediato
rescatados por la policía de costas. De este modo, míster Jenkins adquirió notoriedad
entre los habitantes de la localidad, donde se le conocía por el sobrenombre de
Lord Pepito.
La existencia de Lord Pepito
discurría por cauces tranquilos y previsibles la mayor parte del año; sólo de
cuando en cuando un asunto requería su presencia en Londres o en otro punto del
planeta; entonces Lord Pepito se ausentaba por periodos indeterminados, a veces
de hasta tres meses, transcurridos los cuales, regresaba a su casa de Can Masclet
y daba una fiesta en su yate. Nunca contaba nada sobre estos viajes repentinos,
pero a veces insinuaba tener estrechos contactos con el MIS, con el MI6 e
incluso con el MI7. Esta última afirmación arrojaba dudas sobre la veracidad de
las anteriores.
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