Barcelona, primavera del año 2022.
En la calle Valencia, a escasos
metros del Paseo de Gracia, refulgente de hoteles suntuosos y tiendas lujosas
de grandes marcas internacionales, casi enfrente del pequeño pero simpático
museo de antigüedades egipcias, donde no faltan momias, sarcófagos y tablillas,
así como un número indeterminado de figuritas, se levanta un edificio estrecho,
de estilo decimonónico, fachada de piedra gris con algunos relieves florales,
balcones alargados con barandas de herraje y zaguán oscuro. No hay portero y es
inútil pulsar el interfono. En las gruesas jambas de la puerta de entrada, una
docena de placas de latón indican que el edificio, destinado en sus orígenes a vivienda de familias
acomodadas, está ocupado ahora por oficinas. Las placas que corresponden al
segundo piso son cuatro.
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