La llamada, Leila Guerreiro, p. 170
-No lo fue pero lo era para mí.
La situación era muy humillante. Entre mujeres siempre parece una cosa suave. Y
no. Hay cosas que no te gustan y no te gustan. Además, yo tenía mucho miedo.
Porque, como no me llevaba tapada, sabía dónde iba. Y esta violación por parte
de su esposa no me atrevía a contarla. No solo eso, sino que me costó mucho
entender que ella también era una violadora. Además, en esa época denunciar una
violación era objeto de doble condena. En el mundo militante, que las
secuestradas denunciáramos las violaciones venía a perjudicar la moral
revolucionaria, la imagen de los montoneros. A Sara Solarz de Osatinsky, la
esposa de uno de los máximos militantes montoneros, Marcos Osatinsky, que
estaba en la que le habían matado a su marido y a sus dos hijos, un ahí adentro
la violó durante meses y ella en uno de los juicios lo declaró. Se la querían
comer porque había mancillado el nombre de Osatinsky. Entonces estos
excompañeritos que militan tanto los derechos humanos prefieren que las
violaciones queden impunes antes que este tema tan escabroso salga a la luz. Ellos
mismos no las entienden como violaciones. Y nosotros tampoco teníamos tan claro
que lo que ocurrió había sido una violación. Se empezaban a cruzar cosas:
¿hasta qué punto me he prostituido? Pero ahí dentro tú no decides nada. En un
campo de concentración no hay consentimiento
posible. Te dicen: «Sí, te violaron, fue forzado, pero bueno, a lo mejor te gustó”.
Y si me gustó, ¿qué? ¿Es menos violación? No. Es lo mismo. Además, en ese lugar
tenías que hacer que no se te notara el miedo, el rechazo. Todo era: «Qué
suerte, gracias por violarme, esto me va a hacer bien para mi recuperación».
No hay comentarios:
Publicar un comentario