La llamada, Leila Guerriero, p. 245
-Porque me daba miedo, porque
tenía pánico. Ya bastante estaba diciendo en esos putos juicios, hablando siete
horas y media, como para además poner toda la carne al asador. «¿Y usted cómo
no se resistió?» El juez de este último juicio me preguntaba: «¿Dónde la llevó
la primera noche, la segunda, la tercera, la cuarta?». Le dije: «¡Mire, no las
contaba!». Desde el momento del secuestro, no hay nada que pueda ser
considerado que se hace por voluntad propia. Pero que en determinadas circunstancias
tú hayas podido incluso tener placer sexual en esa situación, que era una
violación, es perfectamente comprensible. En medio de esa noche oscura, donde
estabas solo como un perro, que un tipo, aunque fuera un represor, te hiciera una
caricia y te tratara humanamente, bueno, chica, no deja de ser una violación,
pero por lo menos en ese mínimo momento evades. Un poco de placer. Una
descarga. Pero todo eso es como un tabú. Como el tema del consentimiento. En el
campo, el consentimiento no existe. Ni aunque hubieras follado con ese tipo
mejor que con nadie en tu vida. Aun así es una violación. Todo eso que ocurre
está condicionado por una situación de amenaza brutal. Pueden hacer contigo lo
que quieren. Cortarte en pedacitos, secuestrar a tu hijo, a tu madre, a tu tía.
¿Fue una violación aunque hubiera placer? Por supuesto que sí. Yo creo que hay
un sustrato terriblemente machista y no queda del todo claro que las mujeres no
provocamos las violaciones.La justicia es troglodita, y la violada es la
provocadora,la sucia.
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