Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

LA TIA PEPITA

La catedral y el niño, Eduardo Blanco Amor, p. 50
El avispero de las tías estaba siniestramente alborotado. Después del réspice de mi padre, Pepita adoptó una actitud de silencioso encono. Su flato habitual vino a aguzarse en tremolados gases que la tenían sacudida horas enteras, sin decir palabra, aderezándose tisanas de tila y manzanilla, y bizmándose las sienes con rodajas de patata o con lunarones de hule negro, untados en diaquilón.
La tía Pepita era un extraño ser que, en la mocedad, había disfrutado de una belleza de rostro, un tanto provocativa, y de una abundante disposición de las carnes que gustaba a los varones. Mas, a pesar de su apariencia maciza, había denotado, desde joven, cierta flojera de salud, de no muy claro origen, que daba, además, de sí, temporadas de ocena de muy fastidiosa conllevancia. Esto la fue haciendo recelosa e insegura de sus reales valores como hembra, que veía diezmados por aquellas penosas y emanantes molestias que, aun cuando temporarias, la alejaban de toda relación consecuente, capaz de llegar a términos definitivos por los caminos del estado civil. Con todo ello, se había ido recociendo en su cálida morenez, privada de hombre, aunque bien pudo haberlos tenido; pero su austera honestidad provincial y su intransigente moral religiosa la habían hecho soslayar aquellos internos repelones de la carne hacia los derivativos del culto, de los novelones, de los fugaces noviazgos de balcón o de las calcinantes ensoñaciones solitarias a cuenta de las intrigas de alcoba que escuchaba, como quien no quiere la cosa, pero, en el fondo, ardiendo de curiosidad, de labios de las cinteras, corredoras y modistas que todo lo sabían y que, en cierto modo, la tenían por involuntaria confidente e indirecta consejera para sus tratos y discretísimas tercerías.
-¿Y usted, que haría en tal caso, doña Pepita?
-Una es quien es y haría lo que haría. Pero tratándose de esa perdidona, ¿qué importa uno más?
-¡Dios bendiga ese discernimiento!
-Expedí una opinión, no di un consejo ...

Todas estas idas y vueltas del carácter, las contradicciones entre los fuegos del temperamento y lo frígido de las apariencias; las ansias frustradas, las ternuras sin destino, las pobladas  soledades y las sofocadas pasiones del ánimo, habíanla llevado a aquellos términos de flatulencia y nerviosidad; y no pudiendo desenfrenar aquella carne por los cauces normales, la puerilizaba en una artificiosa inmadurez, con lo cual vino a quedarse, entre abobada del cuerpo y aniñada del alma, en esa zona donde lo cursi se realiza como una falsa imagen de la vida que el cursi va creándose para no sucumbir ante los bárbaros embates y los rudos mandatos del mundo y del deseo.

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