Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

DIA

Ordesa, Manuel Vilas, p. 222
Voy a comprar a la cadena de alimentación Día. Entro y está lleno de gente, gente viviendo en la catástrofe, herederos de la crisis y del paro y de la nada. Hola, compañeros, comprad yogures de marca blanca, no saben igual que los Danone, pero son infinitamente más baratos. Me gusta comprar en el Dia: todo es barato y sencillo y obvio y comestible, como mi paso por este mundo. Todo es barato porque todo está casi caducado. Si te fijas en la fecha de caducidad de lo que compras, te llevas la sorpresa de que buena parte de los productos son tan baratos porque están a punto de caducar. Las galletas están casi caducadas, el pescado está casi caducado, por eso tiran los precios, porque los productos son casi cadavéricos. Unas galletas caducadas son como un cadáver. Da miedo comerte cosas caducadas, es como arrojarse al horno de la industria de la alimentación. Los técnicos que tenían que vigilar la fecha de caducidad de los productos caducaron también. La gente caduca. Morir es caducar, quiero decir que hemos extendido el concepto de acabamiento a todo cuanto nos rodea. Y al final la medida o trascendencia de nuestra muerte no está alejada de la medida y trascendencia de un yogur caducado.
La fecha de caducidad es una fecha fúnebre.

Sin embargo, los muertos no caducan; pero los vivos sí. La muerte es el lugar donde la caducidad ya no cuenta. Una botella de Coca-Cola Zero de un litro vale un euro: una equidad simbólica, que aúna la medición de seres líquidos con seres monetarios. La gente que compra en el Dia en mi barrio a las once o las doce del mediodía son parados, ancianos y amas de casa, y locos o enfermos. Ancianas que llevan el dinero justo en la mano, y se compran una lata de naranjada y una bolsa de golosinas, y arrojan las monedas contra el mostrador, y la cajera tiene que contar las sucias monedas, llenas del sudor de la anciana demenciada, que va con un pañal y huele que apesta.  Meto a la anciana en mi corazón, y la amo. Y pienso en que una vez esa octogenaria fue una niña al lado de una madre joven. 

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