1. La aguja y el pajar
La mejor manera de empezar una
historia es con otra. Para narrar el caso de Israel Vallarta y Florence Cassez,
los protagonistas de esta novela documental o de esta novela sin ficción, debo
dirigir la mirada hacia un personaje en apariencia secundario: su nombre es Valeria
Cheja, acaba de cumplir 18 años y estudia en una preparatoria privada de la
Ciudad de México. Una adolescente de clase media como tantas: vanidosa,
fiestera, ávida de mundo. Observémosla la mañana del 31 de agosto de 2005: el
cabello negro, la camiseta blanca y los pants azules con jaspes también blancos
del uniforme. Valeria suele pasar por sus amigas en el Seat rojo que le
regalaron sus padres, pero hoy debe exponer en su primera clase y prefiere
marcharse sola, consciente de que cada mañana la Ciudad de México se transforma
en un campo de batalla donde millones de automovilistas se rebasan y amontonan
en filas interminables a una velocidad que rara vez excede los veinte
kilómetros por hora.
El aire fresco golpea su rostro
cuando, cerca de las 07:40, sale al patio, arroja su mochila en el asiento del copiloto,
toma su lugar frente al volante y enciende el motor. Entre su casa y el Colegio
Vermont median unos veinte kilómetros y Valeria sabe que, si no se da prisa, el
trayecto puede tomarle el doble de tiempo. La joven toma San Francisco
Culhuacán y, poco antes de doblar hacia Taxqueña, un Volvo blanco se detiene frente
a ella.
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