El silencio, el rechazo absoluto
a hablar, especialmente sobre los muertos, es un vacío que tarde o temprano la vida
termina llenando por su cuenta con la verdad. En su día, si le preguntaba a mi
padre por qué tenía el pelo tan fuerte, él respondía que era por la guerra.
Cada día se frotaban el cuero cabelludo con jugo de abedul, no había nada
mejor; no prevenía los piojos, pero olía bien. A un niño le resulta bastante
difícil comprender qué relación puede haber entre el jugo de abedul y la guerra
y, no obstante, yo no hacía más preguntas. Sabía que, como sucedía con todo lo
relacionado con aquella época, tampoco habría obtenido una respuesta más
precisa. Esta se presentó por sí sola décadas más tarde, cuando cayeron en mis
manos unas fotografías de tumbas de soldados y vi que, en el frente, la mayoría
cruces estaban hechas con ramas de abedul joven.
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