Trilogía de la guerra, Agustín Fernández Mallo, p. 349
Como es habitual en esa ciudad,
los cables del tendido eléctrico no estaban sepultados, se enmarañaban en lo
alto de los postes, nudos de plástico y cobre similares a los que había visto
en los postes eléctricos de ciudades y pueblos de Vietnam, país donde no pocos
soldados enemigos, sintiéndose acorralados, trepaban rápidamente a esos postes
cuando nos veían y se enredaban en esos cables
con intención de electrocutarse. Casi nunca lo conseguían y allí arriba eran
diana segura, les disparábamos a placer. Sus cuerpos sin vida permanecían días
entre los cables. Por la noche echaban chispas, parecían fuegos artificiales, nadie se atrevía a
bajarlos por temor a electrocutarse, hasta que alguna alma caritativa cortaba el suministro eléctrico, un interruptor
general de la zona que sólo los lugareños conocían, y los familiares bajaban
los cadáveres, descompuestos o comidos por los pájaros. Conservo la visión de
una bandada de pequeñas aves picoteando uno de esos cuerpos, cubierta a su vez
por otra nube de pájaros batiendo sus alas e inmóviles en el aire, esperando su
turno pues ya no había en el cuerpo del muerto espacio disponible en el cual
picar. En una ocasión disparé repetidas veces
a una de esas bandadas, es raro disparar a algo que no tiene cuerpo, a una
estructura borrosa, sin consistencia y alada. Cayeron unos cuantos pero la nube
permaneció intacta, como si no hubiera disparado una sola bala. Si no ves nunca
al enemigo, si sólo es una presencia lejana o diferida, terminas por creer que
no existe e irremediablemente asumes que el enemigo eres tú mismo, y eso era lo
que en la selva vietnamita nos volvía locos, de modo que cuando veíamos al
enemigo allí arriba, muerto en los cables del tendido eléctrico, no desaprovechábamos
la ocasión de disparar sobre él, tan rotundo, tan a mano, tan, ahora sí,
enemigo. Y en el fondo eso era algo que yo no podía soportar de aquella guerra,
porque la muerte ha de generar algo, ya sea más vida o más muerte, pero algo, y
disparar contra un cuerpo muerto es dejar el mundo tal como estaba; eso sí que
es un crimen.
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