Trilogía de la guerra, Agustín Fernández Mallo,p. 332
Era la época en la que, por
llevarle la contraria al Mundo, me negaba a seguir esa norma no escrita por la
cual en Los Angeles hay que ir en coche a todas partes, así que había decidido
conocer la ciudad a pie; tardase el tiempo que tardase iría a todos lados por
mis propios medios óseos y musculares. Creo que me consideraba el último y
legítimo explorador de esa ciudad. Autopistas, avenidas, urbanizaciones o
pequeñas calles, todo me lo comía a pie, y eso sin tener en cuenta los riesgos
que tales caminatas comportan: en Los Angeles cualquier persona que vaya a pie
es sospechosa de algo que no sabes qué es pero que da mucho miedo, pero quería
sentir la quemazón de las aceras en verano, el aire no acondicionado de la
calle, hundir mi huella en el asfalto semi derretido. No diré que recorrer a
pie todas aquellas calles fuera una hazaña equivalente en trascendencia a pisar
la superficie de la Luna, pero casi. Observé la cantidad de pozos petrolíferos
que hay dispersos por la ciudad, pequeñas básculas de extracción industrial que
la ,¡;ente tiene en sus jardines, y cuyas torretas no deben de medir más de
ocho metros. Los Angeles se asienta en una de las bolsas de petróleo más
grandes de Estados Unidos, caminas por la acera y ves sobresalir las bombas de
extracción sobre las vallas de los jardines de las casas, casas normales,
unifamiliares. Si circulas en coche, la proximidad a tierra te impide verlas,
sólo si vas a pie descubres esos mecanismos de bombeo tipo balancín, que se
mueven con pereza y parecen garzas de acero que a cámara lenta picotearan el
suelo, y cuando hay varios en fila el baile de criaturas parece estar
interpretando una partitura bajo tierra, hay incluso quien ha montado un pozo
de extracción en el cementerio, en el rectángulo en el que yacen los huesos de
su abuela o abuelo, insólito hecho que legalmente es posible, sólo hay que
pagar un plus, curiosamente no en concepto de perforación, que a eso tienes
derecho en tanto que cementerio, sino por ocupar sobre la lápida varios metros
de aire. Y la gente va cada día a recoger el petróleo que sus antepasados le
ofrecen; puedes considerarlo una especie de herencia involuntaria, dicen ellos
en broma. Sí, explorar Los Angeles a pie me proporcionaba una gran variedad de
puntos de vista, impensables desde la cabina de un coche.
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