Ordesa, Mauel Vilas, p. 309
Teníamos una pequeña bañera en
aquel viejo piso, mi madre nunca quiso o no pudo reformarla. Era una bañera de
obra de carácter testimonial, resultaba imposible asearse allí dentro. Mi madre
nos bañaba una vez a la semana. El calentador nunca fue bien, no calentaba
suficiente agua, de modo que mi madre calentaba el agua con ollas puestas en el
fuego de la cocina.
El calentador tenía marca, se
llamaba Orbegozo. Eran baños elementales, con muy poca agua. Casi era ridículo,
no te llegaba el agua ni a los tobillos. Mi madre nos secaba con una enorme
toalla roja. Cuando ella murió, encontré esa toalla en un armario, había
sobrevivido casi cincuenta años. Me quedé maravillado viendo que aún existía,
yo no sabía que una toalla podía vivir tanto tiempo. Me la llevé conmigo.
Estaba tan bien conservada ... ¿Sería de una alta calidad? ¿Era un milagro?
Parecía la Sábana Santa de mi
familia.
Con los años, la cal obstruyó
completamente la salida del agua caliente. Yo entonces ya no vivía con mis
padres. No sé cómo debieron apañarse. Ni siquiera les pregunté. No sé cómo
conseguían ducharse. Tal vez no lo hicieran. Tal vez fuese el mismísimo Dios el
que derramaba sobre sus cuerpos cansados el don de los olores limpios, los olores
de aquellos que ya han entrado en el recinto donde nada se corrompe.
Ahora esa toalla está en mis
manos mojadas. Muchas veces me quedo mirando esa toalla, intento preguntarle cosas,
sí, preguntarle cosas a la toalla. Y ella me responde, la toalla me habla: «Es
a ellos a quienes tenías que haberles preguntado, a ellos, y tiempo tuviste de
hacerlo, pero ya sé que no sabías cómo hacerlo, no lo sabías, no sabías qué palabras
eran”.
Me seco con esa toalla.
Sigue siendo suave, conserva el
tejido toda la delicadeza que tuvo el primer día en que mi madre la estrenó en
mi cuerpo, en el cuerpo de un niño de seis años. Nunca nos pudimos duchar por
culpa de aquella bañera diminuta y del cabezal obturado por la cal de la ducha,
de la que solo emanaba un hilo de agua, unas gotas cansadas de ser agua. Nadie
sabe hasta qué punto puede marcarte eso.
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