Trilogía de la guerra, Fernández Mallo, p. 270
Rebusqué con la mano derecha dentro
de la bolsa de deporte, medio abierta en el asiento del copiloto, y comprobé
que tenía casi cinco mil dólares en billetes mezclados, suficiente para aquel
trayecto y unos meses. Palpé el fajo con precisión y placer, si en algo se
demuestra que América es una verdadera democracia es en que todos sus billetes
tienen el mismo tamaño. Un indigente saca un dólar para comprar un bote de
sopa, y a simple vista podría ser el mismo billete de cien dólares con que
Hillary Clinton paga un dry martini a su amante en el Hotel Plaza. Ello imprime
carácter, pero sobre todo seguridad, a nuestra democracia. Guardé un fajo en el
bolsillo delantero del pantalón de tergal marrón. Llevaba puestos unos tenis
Nike de jogging y una camisa de cuadros de leñador a la que con unas tijeras le
había cortado las mangas a la altura de los hombros. El motivo de haber cercenado
esas mangas es simple, pero creo que merece ser contado.
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