Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

LA ISLA DE LAS FLORES


Trilogía de la guerra, A. Fernández Mallo, p 22
Recuerdo haber pensado que la gente, antes de tuitear, debería preocuparse de saber de qué se está hablando. Temí que mi silencio incomodara a los organizadores, de modo que en un momento dado intervine para decir que es sabido que cuando una comunidad de humanos o animales se ve aislada durante un largo periodo de tiempo –aunque corto en la escala de la evolución del planeta-, los animales grandes de ese territorio tienden a reducir su tamaño y, por el contrario, los animales pequeños –típicamente iguales o más pequeños que los conejos-, tienden a aumentar de tamaño. Así ocurrió con los hombres y los elefantes de la Isla de las Flores, dije, ubicada cerca de lo que hoy es Java, que se volvieron enanos, en tanto que las ratas y otros roedores de aquella isla se agigantaron hasta unas proporciones que hoy nos darían miedo. Se trata de un innato dispositivo de supervivencia global, que tiende a equilibrar las especies. Lo que desconcertó a los antropólogos que hallaron los fósiles -continué diciendo fue que la disminución del cerebro de los humanos no actuaba en detrimento de las capacidades intelectivas, aunque sí de su voluntad, la cual, debilitada, los llevaba a abandonar las más elementaIes tareas de supervivencia, el coito incluso, hasta extinguirse. Todos atendieron a mi comentario. Cuando hube terminado permanecieron en silencio, como esperando algo más. En las pantallas, un tuit, escrito en español de Argentina, decía: «Grande! Todo cuanto vos decís está muy bien”. Yo les aclaré que decía todo aquello a colación del aislamiento que a veces se produce en las redes, por ejemplo, en los grupos cerrados de Facebook o en las redes diseñadas exclusivamente para el ejército o corporaciones financieras. Creo que fue ésa mi única intervención aquella tarde. Lo cierto es que me intimidaba el hecho de estar siendo observado a través de Internet. No estoy acostumbrado a hablar ante público invisible. Hay una regla de oro: ojo habla a ojo -a través de pantallas o en vivo-, voz habla a voz -a través de un teléfono- y texto habla a texto -a través de cartas o mensajes escritos-, pero no es buena la aparición de canales cruzados. Y allí todo estaba cruzado.

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