Ordesa, Manuel Vilas, p. 280
Les traje a mis hijos regalos de
mi último viaje, los vieron, dijeron que les gustaban mucho, y los olvidaron en
mi casa.
Los tengo delante ahora: inertes,
despreciados, condecorados con méritos tristes. Simbolizan la desaparición de un
hogar. Y por tanto, la desaparición del amor. Nunca decimos toda la verdad,
porque si la dijéramos romperíamos el universo, que funciona a través de lo
razonable, de lo soportable.
¿Qué hacen esos regalos encima de
la cama del cuarto pequeño en el que nunca duerme nadie?
Me tumbo en la cama del cuarto
grande. Me levanto de la cama y vuelvo al cuarto pequeño, y me pongo a mirar los
regalos que he traído a mis hijos, que están allí, encima de la cama pequeña,
abandonados, fundiéndose el abandono de los regalos con el abandono de la cama
pequeña, llegando a fundir sus soledades en una sola soledad que si la ves te
parte el corazón y la vida.
En absoluto me entristece que
hayan olvidado los regalos, más bien me asombra, tal vez porque he superado el estadio
de la tristeza, o he cambiado la tristeza por el asombro, y porque amo a mis
hijos, y me da igual lo que hagan conmigo y con mis regalos. Pero un padre
también tiene espíritu de supervivencia, pues es un hómbre. El poco aprecio hacia
mis regalos podría causarme incluso pánico: en mi vida ha habido más pánico que
tristeza. Porque el pánico procede de la culpabilidad y la tristeza procede de
sí misma. Es decir, si han abandonado los regalos es porque soy culpable. A
veces pienso que mi culpa es más extensa que el universo. Podría competir en
extensión con las simas siderales. La culpa es uno de los dorados enigmas; como
es obvio, no me refiero a la culpa que se origina en las religiones, o
concretamente en el catolicismo, sino a la culpa prehistórica, a la culpa como
síntoma de gravedad y de alianza con la tierra y la existencia, la culpa de
Kafka, esa. La culpa es un poderoso
mecanismo de activación del progreso material y de la civilización, porque la
culpa crea «tejido moral”, y la moral y la ética son los bastiones que mueven
la realidad.
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