Ordesa, Manuel Vilas, p. 130
Puede que mis padres fuesen
ángeles, o su muerte ante mis ojos los convirtió en ángeles. Porque tras su
muerte todo cuanto les vi hacer mientras estuvieron vivos cobró un alcance
taumatúrgico. Ese alcance no se produjo hasta el fallecimiento de mi madre, que
cerró el círculo.
El cristianismo se asienta en una
conversación interminable entre un padre y su hijo. La única forma de verdad resistente
que hemos encontrado es esa: la relación entre un padre y un hijo; porque el
padre convoca a su descendencia, y eso es la vida que sigue.
El rito de las monarquías es el
mismo: un padre y un hijo. El rito de las sociedades del siglo XXI es el mismo:
padres e hijos. No hay nada más. Todo se desvanece menos ese misterio, que es
el misterio de la voluntad de ser, de la voluntad de que haya otro distinto a
mí: en ese misterio se basan la paternidad y la maternidad.
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