El mundo tal como lo encontré, Bruce Duffy, p. 448
Un día, mientras hojeaba un
manual de salvamento mal redactado, vio una fotografía de un accidente de
automóvil, en la que habían señalado las huellas del frenazo y trazado círculos
blancos alrededor de algunos objetos significativos: una señal de tráfico rota,
un par de gafas destrozadas, el guante de una dama. Vio que los objetos del
dibujo se relacionaban con los objetos de la narración, del mismo modo que las
palabras se relacionan con las cosas del mundo que representan. El dibujo se
conectaba con la realidad y la realidad estaba contenida, de manera
inexpresable, en lo que estaba dibujado, empalmando así, en un retrato
fidedigno, el esquema representado con su representación.
El dibujo evolucionó hasta
constituir una teoría del lenguaje y la forma lógica, y esta teoría, a su vez,
se combinó con otras hasta que se convirtió en un libro. Sin embargo, al poner
un límite a aquello de lo cual puede hablarse, Wittgenstein se las había arreglado
para aislar aquello de lo que no se puede hablar de ninguna manera
significativa: Dios, la mística, la ética. Pero como para él estas cosas eran
lo más importante sobre lo que se podía pensar, en realidad hubo dos libros: el
libro escrito y el trabajo, más amplio y ambicioso, que sugería la inmensidad
de todo lo que el libro no mencionaba. Este último era el libro del silencio,
del silencio y la espantada resignación ante el silencio.
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