El mundo tal como lo encontré, Bruce Duffy, p. 197
Wittgenstein no era ese tipo de
persona que alardea de su riqueza, pero cuando se trataba de cuestiones
mobiliarias o estéticas, Rusell pudo comporobar que el dinero no era un
problema. El problema era mas bien encontrar muebles que satisficieran los severos
criterios de Wittgenstein en cuanto a equilibrio armónico; pureza de líneas y
ausencia de ornamento, por no hablar de sus exigencias igualmente desmesuradas
de perfección artesana. Fueron a una tienda y luego a otra. Una cómoda tenía
las patas demasiado largas; otra tenía horrendos tiradores; descubrió que otra
estaba recubierta de un barniz uniforme. Era un escándalo, dijo, disfrazar una
cosa de otra.
-Por Dios -gimió Russell-. ¿Hasta
qué punto tiene que ser orgánica una forma? ¿Espera que los robles crezcan en
forma de sillas y escritorios? Mire esto -dijo Russell, lanzando una mirada de
complicidad al vendedor, un hombre maduro, calvo, de extraordinaria paciencia.
Russell señaló una cómoda, una pieza
magnífica. Era de cerezo rojo, bien lacada, un verdadero Stradivarius con patas
esbeltas y afiladas y cajones que se deslizaban silenciosamente sobre
ruedecillas de goma dura. Pero Wittgenstein encontró inmediatamente un defecto.
En la parte trasera de la cómoda había una pieza tallada con un elegante diseño en abanico. Sin
embargo, esta vez el vendedor estaba preparado:
-Pero mire, señor. Es un diseño
muy funcional y evita que las cosas se caigan entre el mueble y la pared.
-Totalmente innecesario -gruñó
Wittgenstein alejándose-. Puedo coger un penique si se cae al suelo.
-Pero bueno, mire -dijo el
vendedor-. Si no le gusta esa pieza, puede quitarla, simplemente. Sólo tiene
tres pequeños tornillos. Nadie lo sabrá, señor.
-Por favor. .. -Wittgenstein se
iba ya-. Lo siento. No la quiero.
-Pero señor -insistió el
vendedor-. Tres pequeños tornillos y tendrá lo que desea. Le haré incluso una
rebaja por la pieza que no quiere.
-Escúchelo -rogó Russell.
Wittgenstein miró estupefacto a Russell.
-¿Supone usted que se puede
Simplemente ... quitar? Está lijada para siempre. Buenos días, buenos días.-Y
se fue, rechazándolos a ambos.
-Escuche -dijo Russell, saliendo
tras él por la puerta provista de campanilla-. Hemos estado buscando toda la
mañana Y no ha encontrado nada. Ni lo encontrará ...
-Entonces no compraré nada. Iré a
Londres.
-¡A Londres! -Russell se detuvo
en el estrecho callejón-, ¡Por tres tornillos! . . . . .
-·Tres tornillos son demasiados
tornillos! –Wittgenstein siguió caminando-. Dios no nos concede oportunidades
ilimitadas
No hay comentarios:
Publicar un comentario