Hace ya tantos años que Carlos
Reyes, hijo del novelista, me refirió la historia en Adrogué, en un atardecer
de verano. En mi recuerdo se confunden ahora la larga crónica de un odio y su
trágico fin con el olor medicinal de los eucaliptos y la voz de los pájaros.
Hablamos, como siempre, de la
entreverada historia de las dos patrias. Me dijo que sin duda yo tenía mentas
de Juan Patricio Nolan, que había ganado fama de valiente, de bromista y de
pícaro. Le contesté, mintiendo, que sí. Nolan había muerto hacia el 90, pero la
gente seguía pensando en él como en un amigo. Tuvo también sus detractores, que nunca faltan. Me
contó una de sus muchas diabluras. El hecho había ocurrido poco antes de la
batalla de Manantiales; los protagonistas eran dos gauchos de Cerro Largo,
Manuel Cardoso y Carmen Silveira.
¿Cómo y por qué se gestó su odio?
¿Cómo recuperar, al cabo de un siglo, la oscura historia de dos hombres, sin
otra fama que la que les dio su duelo final? Un capataz del padre de Reyes, que
se llamaba Laderecha y "que tenía un bigote de tigre", había recibido
por tradición oral ciertos pormenores que ahora traslado sin mayor fe, ya que
el olvido y la memoria son inventivos.
Manuel Cardoso y Carmen Silveira
tenían sus campitos linderos. Como el de otras pasiones, el origen de un odio
siempre es oscuro
No hay comentarios:
Publicar un comentario