Páginas escogidas, Rafael Sánchez Ferlosio, p. 374-375
La indefectibilidad de la justicia.
De ella dice Ferlosio que “nada tiene que ver con la venganza de parte, a la
que ha desencarnado, a la que ha desposeído, y en quien se ha subrogado, sino
que es la indefectibilidad de algo estatuido en forma de cumplimiento permanente;
algo que, como la turbina del molino, no deja de estar girando noche y día,
haya o no haya grano que moler”. Es a continuación de estas líneas donde--se
lee: «Y, a este respecto, me viene a la memoria cierto pasaje que mi
inolvidable y malogrado amigo don Jacinto Batalla y Valbellido dejó escrito en
el original inacabado de su libro inédito Estampas mexicanas, y que dice así:
"En la feria de Querétaro, en 1938, tuve ocasión de ver un insólito
autómata de barraca: una figura algo mayor que el natural, en talla
policromada, que tenía vendados ambos ojos, queriendo indudablemente
representar a la Justicia, y la espada empuñada con las dos manos; algún
resorte oculto, cuyo eje se dejaba entrever en las axilas, algo manchadas de
lubrificante negro y oleoso, le hacía bajar los brazos de modo que la espada
fuese a dar sobre el tajuelo que tenía delante, para luego volver a levantarse
pesadamente y repetir el golpe, todo ello a intervalos regulares. Este autómata
debía de estar, por entonces, incompleto, porque, lógicamente, uno se habría
esperado hallar otro muñeco, igualmente automático, que representase al reo,
con el cuello apoyado en el tajuelo, y que por resortes propios separase la
cabeza del tronco a cada tajo de la espada, para volverlos a juntar en espera
del siguiente; pero a esta pérdída del personaje que sin duda había completado
en un principio el conjunto del juguete suplían ahora, en cierta manera, los
chiquillos que, cuando el dueño de la barraca no miraba, jugaban a poner un
brazo, y alguno incluso el cuello, encima del tajuelo, como desafiándose a ver
quién aguantaba más antes de que la espada lo alcanzase, aunque, al ser ésta de
madera, por muy repintada de purpurina imitación-acero que estuviese, tampoco podría
haberles hecho demasiado daño"”.
Vale la pena, ya puestos,
transcribir además el agudo comentario que Ferlosio adosa a esta cita de don
Jacinto: “A semejanza de este autómata de feria que no escapó a la mirada
siempre atenta del malogrado don Jacinto, la indefectibilidad de la justicia parece
consistir en un automatismo que hace caer sobre el tajuelo el golpe de la
espada con intervalos mínimos y siempre idénticos e independientemente de que
halle o no un cuello de reo bajo su filo. La ceguera de los ojos vendados con
que la tradicional alegoría la representa es mucho más que la ceguera ante la particularidad
de cada reo; es la ceguera de la anticipación, para la cual no hay ya nada
nuevo: ninguna nueva pasión de vengador ante cada nuevo agravio, sino la
anticipada desencarnación de todas las pasiones vengadoras en una única,
virtual venganza ya cumplida en vacío y para siempre -y, por tanto, sin trauma
ni pasión- por la sola instauración de un aparato de justicia, que, anterior a
cualquier posible agravio, se limita a repetir la ejecución de aquella única
sentencia ya fallada, y en la que el ejecutado es siempre el mismo reo: el que
aparece mentado una vez sola de una vez por todas en el código”.
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