EL PATO-CONEJO
El filósofo adoraba las películas
y necesitaba vaciarse periódicamente en aquel límpido río de luz en el que
podía abstraerse y olvidar sin disimulo.
Después de una de sus
conferencias de tres horas de duración, agotado por sus propias preguntas
incesantes, cogía a uno de sus jóvenes del brazo y le preguntaba con mirada
ligeramente suplicante:
-¿Le gustaría ver una película?
El Tívoli estaba apenas a una
manzana del Trinity College, de Cambridge, y raras veces se llenaba. Corno
deseaba evitar los encuentros casuales en la cola, el filósofo dejaba que la
película empezase antes de recorrer el pasillo oscuro, comentando a media voz en
su inglés británico con acento alemán:
-Para ver esto hay que sentarse
cerca ... por lo menos en la cuarta fila.
Proyectaban Sombrero de copa. Con
la cabeza echada hacia atrás, absorto mientras Fred hacía girar a Ginger Cheek
to Cheek en un sólido templo escenográfico de luz de luna, el filósofo se volvió
hacia su compañero y dijo encantado:
-Es maravilloso cómo la luz se
derrama sobre nosotros. Como en una ducha.
El joven inglés, de inflexiones
precisas y con la americana abrochada hasta el último botón, asintió
atentamente con una sonrisa mientras su mentor continuaba:
-Nadie puede bailar corno Fred
Astaire. Sólo los americanos son capaces de hacer estas cosas ... los ingleses
son demasiado rígidos
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