Ana Karenina, Tolstoi, p. 406-407
Sviajsky era uno de esos hombres,
incomprensibles para Levin, cuyos pensamientos, eslabonados y nunca
independientes siguen un camino fijo y cuya vida, definida y firme en su
dirección, sigue un camino completamente distinto y hasta opuesto al de sus
ideas.
Sviajsky era muy liberal.
Despreciaba a la nobleza y consideraba que la mayoría de los nobles eran, in
petto, partidarios de la servidumbre y que sólo por cobardía no lo declaraban.
Creía a Rusi un país perdido, una segunda Turquía, y al Gobierno lo tenía tan
malo que ni siquiera llegaba a criticar sus actos en serio le impedía, por otra
parte, ser un modelo de representante nobleza ni cubrirse, siempre en sus
viajes, con la gorra de viescarapela y el galón rojo distintivos de la
institución.
Creía que sólo era posible vivir
bien en el extranjero, adonde se iba siempre que tenía ocasión y, a la vez,
dirigía en Rusia una propiedad por procedimientos muy complejos y perfeccionados, siguiendo con extraordinario
interés todo lo que se hacía en su país.
Opinaba que el aldeano ruso, por
su desarrollo mental, pertenecía a un estadio intermedio entre el mono y el
hombre y, sin embargo, en las elecciones para el zemstvo estrechaba con gusto
la mano de los aldeanos y escuchaba sus opiniones. No creía en Dios ni en el
diablo, pero le preocupaba mucho la cuestión de mejorar la suerte del clero. Y
era partidario de la reducción de las parroquias sin dejar de procurar que su
pueblo conservase su iglesia.
En el aspecto feminista, estaba
aliado de los más avanzados defensores de la completa libertad de la mujer, y
sobre todo de su derecho al trabajo; pero vivía con su esposa de tal modo que
todos admiraban la vida familiar de aquella pareja sin hijos en la que él se
había arreglado para que su mujer no hiciera ni pudiese hacer nada, fuera de la
ocupación, común a ella y a su marido, de pasar el tiempo lo mejor posible.
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