A los que ya conocíamos su
sórdida y escandalosa historia no nos sorprendieron los rumores, procedentes de
las distintas localidades donde las brujas se establecieron tras huir de
nuestro agradable pueblo de Eastwick, en Rhode Island, de que los maridos que
las tres mujeres impías se habían agenciado mediante sus oscuras artes no se habían
revelado del todo duraderos. Cuando se utilizan métodos malvados, se obtienen
productos de mala calidad. Satán remeda la Creación, sí, pero sus resultados
son inferiores.
Alexandra, la de mayor edad y
cuerpo más ancho, y la que por su carácter más se acercaba a la humanidad
normal y corriente, aquella que posee un espíritu generoso, fue la primera en
quedarse viuda. Instintivamente, como les ocurre a muchas esposas entregadas de
repente a la soledad, comenzó a viajar. Era como si el mundo entero, mediante las
frágiles tarjetas de embarque, los tediosos retrasos en los aeropuertos y los
mínimos aunque innegables riesgos que entraña volar en unos tiempos de
combustibles cada vez más caros, líneas aéreas en quiebra, terroristas suicidas
y fatiga acumulada del metal, estuviese obligado a suplir la fructífera
molestia de tener un compañero.
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