Ana Karenina, Tolstoi, p. 741
“Y criticar a Ana ... “, pensó
después. «¿Y por qué? ¿Soy yo mejor? Por lo menos, tengo un marido al cual amo
... No como quisiera Y?· pero le amo ... Mientras que Ana no amaba al suyo.
¿Qué culpa llene ella? Ella quiere vivir. Dios nos ha impreso este deseo en el
alma. Es muy posible que yo hubiese hecho lo mismo. Hasta ahora no sé si hice
bien o mal escuchándola en aquel trance terrible en que vino a mi casa, en
Moscú. Entonces debí dejar a mi marido y empezar de nuevo mi vida. Podía amar y
ser amada verdaderamente. ¿Es por ventura más honrado lo que hago ahora? No me inspira
ningún respeto. Lo necesito», pensó, refiriéndose a su marido, «y lo soporto.
¿Es esto mejor? En aquel tiempo podía yo agradar aún; me quedaba belleza”. Daría
Alejandrovna sintió ahora deseos de mirarse en el espejito que llevaba en su
saco de viaje y fue a sacarlo. Pero viendo al cochero y al encargado en el
pescante, pensó que alguno de ellos podía volver la cabeza y verla en aquella actitud
y se sintió avergonzada de su propósito.
Daria Alejandrovna desistió de
aquella idea, pero, aun sin mirarse en el espejo, pensaba que todavía no era
tarde para un nuevo amor; y recordó a Sergio Ivanovich, que estaba
particularmente amable con ella; y al amigo de Stiva, el bueno de Turovsin, que
cuidó a su lado a los niños cuando éstos tuvieron la escarlatina y que estaba
enamorado de ella; y también a un hombre, muy joven aún, el cual decía, como le
contó su propio marido, que «ella era la guapa de todas las hermanas”. Y las
aventuras más pasionales se presentaron a su imaginación.
«Ana obró bien y no seré yo quien
la censure. Es feliz, hace fea otro hombre y no estará abatida como yo. Seguramente
que, s1empre, estará fresca, espiritual y llena de interés por todo”, Darla
Alejandrovna. Y una sonrisa de picardía fruncía sus sobre todo porque, al
pensar en el idilio de Ana, imaginaba sí misma un idilio semejante con el
hombre que forjaba su locamente enamorado de ella. También ella como lo
revelaría a su marido. Y las imaginarias sorpresas y consiguiente turbación de
Esteban Arkadievich le hicieron sonreír.
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