Ana Kerenina, Tolstoi, p. 738-739
Cuando estaba en casa, ocupada
constantemente en los quehaceres que le daban los niños, Daría Alejandrovna no
tenía tiempo para pensar en ninguna otra cosa; pero ahora, durante las cuatro horas
que duró esta parte del viaje, acudieron a su mente todos los recuerdos de su
vida y los fue repasando en sus aspectos más diversos. Sus pensamientos -que a
ella misma le parecían extraños- volaron también hacia los niños. La Princesa y
Kitty (más confiaba en la última) le habían prometido cuidarles. Sin embargo, estaba
preocupada por ellos. «Quizá”, temía, “Macha empezaría con sus travesuras.
Acaso un caballo pisara a Gricha, o Lilly padeciese otra indigestión”. Luego
pensó en el futuro. Primero, en el inmediato. «En Moscú, para este invierno,
habría que mudarse de piso. Habremos de cambiar los muebles del salón, y hacer
un abrigo a la hija mayor”. Después, el porvenir de sus hijos: «Las niñas,
menos mal, no ofrecen tantas complicaciones; pero ¡los niños!”. Y se dijo:
«Está bien que me ocupe de Gricha ahora porque estoy más libre y no he de tener
ningún hijo. Con Stiva, naturalmente, no hay que contar. Siguiendo así y con
ayuda de la buena gente, sacaré adelante a mis hijos. Pero si vuelvo a estar embarazada
...”. Y Dolly reflexionó que era muy injusto considerar los dolores del parto
como señal de la maldición que pesa sobre la mujer. «¡Es tan poca cosa en
comparación con lo que cuesta el criarlos!”, se dijo, recordando la última
prueba por la que había pasado en este aspecto y la muerte de su último niño. Y
le vino a la memoria la conversación que, a propósito de esto, había tenido con
la nuera de la casa donde habían cambiado los caballos. Aquélla, a la pregunta
de Dolly de si tenía niños, contestó alegremente:
-Tuve una niña, pero Dios se me
la llevó. Esta cuaresma la enterré.
-¿Y lo sientes mucho? -preguntó,
también, Daria Alejandrovna.
-¿Por qué lo he de sentir?
-contestó la joven-. El viejo tiene muchos nietos aun sin ella. Y me daba mucho
trabajo. No podía atender a otros quehaceres más importantes ... No podía trabajar ni hacer nada más que ocuparme de
ella ... Era un fastidio.
A Daría Alejandrovna esta
contestación le había parecido repugnante en labios de aquella simpática
muchacha, cuyo rostro expresaba bondad; pero ahora, al recordar
involuntariamente aquellas palabras, se dijo que, a pesar del cinismo que había
en ellas, no dejaban de tener un fondo de verdad. Pensaba entonces Daría
Alejandrovna en sus embarazos: en el mareo, la pesadez de cabeza, la
indiferencia hacia todo y, principalmente, en la deformación, en su fealdad.
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