4321, Paul Auster, p. 686-687
Después de tantos años de silencio
mientras su marido contaba sus interminables chistes e historias de nunca
acabar, era como si finalmente reivindicara su derecho a hablar por sí misma, y
lo que dijo aquella tarde dejó estupefacto a Ferguson, no sólo porque las
palabras eran de por sí pasmosas sino porque era increíble ver lo mal que la
había juzgado durante toda la vida.
Lo primero que asombraba era que
no guardaba rencor a Didi Bryant, a quien describió como una guapa chica
deshecha en lágrimas. Y qué valiente fue, afirmó su abuela, por no haber salido
corriendo y esfumarse en la oscuridad de la noche, como habría hecho la mayoría
de la gente en su situación, pero esa chica era diferente, se había quedado en
el vestíbulo del hospital hasta que apareció LA ESPOSA y no se avergonzó de
hablar de sus relaciones con Benjy ni de lo encariñada que estaba con él ni de
lo triste, lo triste que era lo que había pasado. En lugar de culpar a Didi de
la muerte de Benjy, la abuela de Ferguson la compadecía y afirmaba que era buena
persona, y en un momento dado, cuando Didi se vino abajo y rompió a sollozar
(segundo asombro), su abuela le dijo: No llores, cariño. Estoy segura de que le
hiciste feliz, y mi Benjy era un hombre que necesitaba ser feliz.
Había algo heroico en esa
respuesta, pensó Ferguson, una profunda comprensión humana que dio la vuelta a
todo lo que alguna vez había pensado de su abuela hasta aquel momento, y entonces se volvió ligeramente en la silla y
miró de frente a su madre, sus ojos con lágrimas por primera vez aquel día, y
un poco después su abuela empezó a hablar de cosas de las que nadie de su
generación hablaba nunca, afirmando categóricamente que había fallado a su marido,
que había sido una mala esposa para él porque la parte física el matrimonio nunca le había interesado, el
acto sexual le resultaba doloroso y desagradable, y que cuando nacieron las
chicas había dicho a Benjy que no podía hacerlo más, o sólo alguna que otra
vez, como un favor, y qué se podía esperar, preguntó a la madre de Ferguson, claro
que Benjy iba detrás de otras mujeres, era un hombre de grandes apetitos, ¿y
cómo iba a reprochárselo cuando ella lo había defraudado y se había comportado
de forma tan deprimente en la cama? En todos los demás sentidos ella lo había
querido, durante cuarenta y siete años había sido el único hombre de su vida, y
créeme, Rose, ni por un momento he tenido nunca la impresión de que él no me
quisiera a su vez.
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