Páginas escogidas, Rafael Sánchez Ferlosio, p 26
Los bomberos. Corrían menos que una persona normal, pero
corrían canónica y gimnásticamente; pecho afuera, puños al pecho, la cabeza alta,
levantando mucho los pies del suelo y las rodillas hacia afuera y nunca
tropezaban unos con otros. Por eso todo el mundo decía:
-¡Qué bien corren!
Nunca sacaban a nadie por la
puerta, aunque pudieran, siempre lo hacían por las ventanas y por los balcones,
porque lo importante para vencer era la espectacularidad. Bombero hubo que, en
su celo, subió a la joven del primer piso, hasta el quinto, para salvarla desde
allí.
En cada piso había siempre una
joven. Todos los demás vecinos salían de la casa antes de llegar los bomberos.
Pero las jóvenes tenían que quedarse para ser salvadas. Era la ofrenda sagrada que
hacía el pueblo a sus héroes, porque no hay héroe sin dama. Cuando llegaba la
hora del fuego, toda joven conocía su deber. Mientras los demás huían aprisa
con los enseres, ellas se levantaban lentas y trágicas, dando tiempo a las
llamas, quitaban de su rostro las pinturas y los afeites, soltaban las largas
cabelleras, se desnudaban y se ponían el blanco camión. Salían por fin,
solemnes y magníficas, a gritar y a bracear en los balcones.
Así lo vio Alfanhuí aquel dia,
así sucedía siempre que había fuego. Sucedía siempre lo mismo porque era un
tiempo de orden y de respeto y de buenas costumbres.
En la foto los bomberos de A Coruña
No hay comentarios:
Publicar un comentario