Cada vez parece más probable que
haga una excursión que desde hace unos días me ronda por la cabeza. La haré yo solo,
en el cómodo Ford de mister Farraday. Según la he planeado, me permitirá llegar
hasta el oeste del país a través de los más bellos paisajes de Inglaterra y
seguramente me mantendrá alejado de Darlington Hall durante al menos cinco o seis
días. Debo decir que la idea se me ocurrió a raíz de una sugerencia de lo más
amable de mister Farraday, hace casi dos semanas, una tarde en que estaba en la
biblioteca quitando el polvo de los retratos. Según recuerdo, me encontraba en
lo alto de la escalera limpiando el retrato del vizconde de Wetherby cuando mi
patrón entró en la biblioteca llevando unos libros, al parecer con la intención
de devolverlos a sus estantes. Al verme, aprovechó la ocasión para decirme que
acababa de ultimar sus planes para hacer un viaje a los Estados U nidos de
cinco semanas entre los meses de agosto y septiembre. Seguidamente, dejó los
libros en su mesa, se sentó en la chaise-longe y, estirando las piernas, me dijo
mirándome a los ojos:
-Como comprenderá, Stevens, no
voy a exigirle que se quede usted encerrado en esta casa todo el tiempo que yo esté
fuera. He pensado que podría coger el coche y pasar unos días fuera. Creo que
un descanso no le iría nada mal.
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