El mundo tal como lo encontré, Bruce Duffy, p. 494
Más tarde, cuando Wittgenstein comprendió
la magnitud de su arrogancia, vio que había sido embrujado por una imagen; la de
que la pobreza y la desdicha podían compartirse comunitariamente si se asumían
sus manifestaciones exteriores. Pero la pobreza no era la fraternidad o la
camaradería; no era pan que podía partirse y distribuirse como limosnas a fin
de atenuar las dificultades de la penuria. La pobreza elegida por el padre Haft
y por Wittgenstein no se parecía en nada a la trampa sin esperanzas que conocían
los aldeanos. Para los elegidos, para aquellos filántropos para quienes la
pobreza era una vocación, Dios había quitado la carne pero reservado el caldo,
la esencia, de la pobreza; a diferencia de los ignorantes aldeanos, para el
padre Haft y para Wittgenstein el conocimiento absoluto de la propia condición
entrañaba pobreza de espíritu. El conocimiento también era una enfermedad y
Wittgenstein y el sacerdote conocían bien esa situación, la conocían en toda su
profundidad y amplitud. Pobreza espiritual o pobreza material... ¿cuál era la
más dolorosa? ¿Para quién era dolorosa? Al principio, Wittgenstein creía que
para la persona de intelecto superior la angustia de la pobreza espiritual era
mucho más profunda que la que padecía la persona ignorante ante la irremediable
pobreza material. Pero más tarde, cuando se hizo más sensible al dolor de la
gente común, comprendió que Dios, en su sabiduría, había repartido el dolor
según las propias luces, de modo que estas dos angustias, si bien
cualitativamente diferentes, eran físicamente iguales: una mesa abundante
dispuesta para todos.
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