El Director de la Escuela
Primaria Edmond Fleg era oriundo de Francia (por así decirlo), más precisamente
de París, pero cada vez que citaba dichos de su padre o de su madre, muertos
mucho tiempo atrás, lo hacía en idish. "Hijo mío", citaba a su padre,
"cuando el maestro empieza la clase, khapt men a dremele. Es momento de
echarse una siestita." El Director tenía un repertorio de aquellos chistes
añejos, todos a costa de sí mismo: parecía un elfo temible. Lo que le daba ese
aspecto élfico era la mirada pícara, la sonrisa, los dientes puntiagudos, la
tendencia a alzar los ojos al cielo, la piel rojiza y brillosa. Detrás de esa
fachada se escondía un melancólico, un derrotado. No provocaba temor en los
niños, sino en los maestros. Aunque había estudiado en la Sorbona, sus vocales
se esmeraban por sonar norteamericanas.
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