4 3 2 1 de Paul Auster, p. 662
Los primeros doce viajes habían
llevado a Mulligan a países que vivian en permanente estado de guerra, países
de rígida severidad que castigaban a sus ciudadanos por tener pensamientos
impuros, países cuya cultura se centraba en la satisfacción del placer sexual, países
cuyos pueblos apenas pensaban en nada aparte de en comer, países gobernados por
mujeres en donde los hombres servían de lacayos mal pagados, países dedicados a
la creación artística y musical, países regidos por leyes racistas semejantes a
las de los nazis y otros en que la gente aún no distinguía entre diferentes
colores de piel, países en que comerciantes y hombres de negocios engañaban al
público como principio de deber cívico, países organizados en torno a perpetuas
competiciones deportivas, países acosados por terremotos, volcanes en erupción
y constante mal tiempo, países tropicales en los que la gente iba desnuda,
países glaciales en los que la gente tenía obsesión por las pieles, países
primitivos y técnicamente avanzados, países que parecían anclados en el pasado
y otros que vivían en el presente o en un futuro lejano. Ferguson había elaborado
un mapa aproximado de los veinticuatro viajes antes de empezar el proyecto,
pero descubrió que el mejor modo de iniciar un nuevo capítulo era escribir a
ciegas, poner en el papel todo lo que le bullía en la cabeza mientras iba
disparado de frase en frase, para luego, al acabar el desenfrenado primer
borrador, volver atrás e ir arreglándolo poco a poco, normalmente corrigiendo
cinco o seis borradores antes de lograr la debida y definitiva forma, la
misteriosa combinación de ligereza y densidad que buscaba, el tono entre serio
y cómico necesario para que tan extravagante narración saliera adelante, la
verosímil inverosimilitud de lo que él denominaba un absurdo en movimiento.
Consideraba su pequeño libro como un experimento, un ejercicio que le
permitiría sacar músculos escriturales, y cuando terminara de escribir el
último capítulo pensaba quemar el manuscrito o, si no quemarlo, enterrarlo en
un lugar donde nadie pudiera encontrarlo.
Aquella noche, en la habitación
de huéspedes de su abuelo, que una vez fue el cuarto que su madre compartía con
su hermana Mildred, rebosante de la sensación de libertad que le había dado el
libro de Cage, resuelto y jubiloso, deleitándose con la idea de que el largo mes
de silencio hubiera tocado a su fin, escribió los capítulos primero y segundo
de lo que sin duda sería su obra más descabellada hasta el momento.
LOS DRUNOS
La mayor felicidad de los drunos
es quejarse de la situación de su país. Los habitantes de las montañas envidian
a los que viven en los valles, y la gente de los valles ansía emigrar a las
montañas. Los campesinos no están satisfechos con el rendimiento de las
cosechas, los pescadores refunfuñan sobre las capturas diarias, pero ningún
pescador ni campesino ha reconocido jamás su responsabilidad en el fracaso.
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